Los años no pasan sin que se sientan, sin que una
jovencita romántica como Aurora deje de arrancar suspiros, a los dos viejos lobos que le sonríen, se
acerca confiada, voluptuosa, siempre bailando invita a la pista llena de luz; y
no la desprecian desde su penumbra, sin engaños sus canciones siempre han hablado
de amor y lujuria, querían alejar el chirrido de máquinas y cadenas, querían
atravesar la puerta hacia la luz descubriendo el dios que había en ellos, como
gitanos, después de siglos o de minutos, con su sueño de amor habían llegado donde
Aurora que los aplaudía y les tiraba besos.
Aurora estaría siempre con ellos en la palabra y la
ilusión, llenándola con los colores del campo, no como poetas que hablan
bonito, es que un ácido terrón de azúcar seduce, sin malicia ni impurezas: “Invita
tus amigos donde los duendes, estaremos presentes sin meternos, que nos basta
con mostrarles el camino para que no se pierdan”.
¿Sería conciencia nueva o las promesas?, pero en el
campo dejaron los muertos de la ciudad; hoy, como niños con experiencia, trabajan
en calles con neones iluminadas, habían dejado sus cuerpos pero la divina ave
de su conciencia voló.
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