(Relato corto)
Eduardo nunca había querido saludar a la familia de
Leidy y no importaba, ellos eran cobardes o se sentían complacidos con su vida
fácil, dejándose llevar por fuerzas superiores que los manipulaban. Esta vez
era distinto, se trataba que el primo pudiera llegar a un lugar conocido, donde
lo apoyaran hasta conocer la ciudad, sus problemas y peligros; el primo quería
estudiar y trabajar pero no tenía los medios para empezar, tal vez si la pareja
de rebeldes lo recibiera unos meses en su apartamento, si lo dejaran aprovechar
unas cuantas posibilidades como teléfono, internet, habitación y comida, llegaría
el día en que volaría solo. Pero un mal pensamiento se le atravesó a Eduardo,
no quería intrusos aunque Leidy se enojara, aunque ni siquiera lo quisiera
recibir en la cama y se fuera a otra parte, que porque no era el hombre que
había querido, que ella se había enamorado de otro.
Leidy llegó a decirle que no lo conocía, cierta vez
en que la buscó y logró que ella le hablara por un momento, saliendo de una
cafetería y en una calle llena de gente que iba y venía; en pocas palabras
había dicho Leidy todo lo que tenía que decirle:
-
Usted es
distinto a lo que yo creía, un desconocido en quien había confiado. Nosotros
habíamos hablado de injusticias y estructuras, de costumbres e hipocresía, de apariencias
de amor e instintos como algo ajeno, no teníamos que parecernos con egoísmo e
ideas de conveniencia, si uno renuncia a taras sociales no se preocupa por lo
que pueda sacar, así que no se moleste en explicarme, ya mostró la cara y no
tenemos nada qué hablar- y se había perdido en la multitud de desconocidos
dejándolo sin un norte, en ese momento no supo qué camino coger.
-
Por favor, vida
mía, no me dejes así, mira que te necesito, sin ti estoy perdido- se oyó una
súplica estéril porque ella ya no escuchaba, y la gente no se interesaba, solo
iban y venían como hormigas.
Eduardo no se resignó y cogió las palabras de amor
que se habían dicho, las situaciones de amor, todos sus asuntos amorosos y
registró todo por escrito, lo analizó según su lógica, definió cada elemento y
el todo buscando las palabras más precisas que tenía, se hizo las preguntas que
se le ocurrieron sobre el ayer y el hoy de su relación con Leidy y añadió
promesas; luego le envió el documento y esperó, sufriendo porque su vida ya no
tenía sentido, la había organizado con elementos que no podía controlar, eran
la vida de ella, sus sueños, ideas, palabras, fuerza y presencia, su alegría e
interés en ser familia, en hacer familia, sus proyectos y planes en conjunto,
pero todo eso, único en el universo, se había perdido; se sentía mutilado,
desorientado y, siendo exacto, con todas las palabras que había escrito se
había confundido, hasta el punto de dudar de su propia existencia, de la
utilidad de estar vivo y de sus esfuerzos, ¿será que nada valía, que nada tenía
sentido?, tal vez pero necesitaba estar seguro, y eso lo salvó de la locura abandonando
la evidencia sobre la realidad y sus opciones, con el amor como el gran
ausente, solo posible en sueños.
En algún lugar del mundo estaba Leidy, existía esa
persona única que había llenado su mundo de felicidad, que lo había hecho mirar
hacia sí mismo y verse especial, le había creído hablando en su secreto con
ella y le había agradecido consagrándose, olvidando cualquier cosa distinta a
su mundo feliz, su mundo de amor. Pero ¿qué podía hacer que no fuera olvidarla?,
no se creyó capaz de arrancarla de su pensamiento, arrancar ese sentimiento
sería quedarse sin corazón, sería uno más en ese camino en que se había
embarcado la humanidad, ¿no sería exagerado decir que nos estamos destruyendo,
que mejor renunciar a la esperanza?; y se fue llenando de sombras su
pensamiento, tenía los hechos a la vista, todo sistematizado y organizado pero
no encontraba salida: sería la muerte si arrancaba el corazón, una bestia o
cosa al vaivén de los poderes y la historia que quieren, sin pensamiento ni
voluntad creadora, sin la decisión que surge de un corazón de humano, latiendo
por el amor.
-
¿Dónde estás
corazón feliz, dónde la vida y el amor?, si nunca permití la destrucción, si no
he aceptado que la gente sea juguete de poderes disfrazados de benignidad y
conveniencia general, ¿qué hacer para qué el fracaso no entre en mi vida, que
siga de largo?- se decía Eduardo, preguntaba indagando por la verdad.
-
Es que el amor
no es egoísta, el amor no es un mundo en que se encierran 2 altruistas y nobles
luchadores a gozar su felicidad- le dijo alguien a su lado en un escaño de un
parque, había oído su desesperanza y amargura-, aproveche esta Navidad para
agradecerle a Dios por haber encontrado una mujer así, y agradezca que aún
busca e indaga por el amor, no como esos que tanto desprecia.
Eduardo no supo qué pensar, dio las gracias y se
marchó con su dolor por las calles llenas de gente, que presurosa hacían los
preparativos para la celebración; y otra vez sus ideas sobre consumismo, sobre
el interés de grandes empresarios en que la gente compre y trabaje para ello,
que aproveche esos días para cargar baterías y seguir produciendo, supo que su
camino era distinto desde que había decidido defender la vida, no participando
de destrucción y acumulación innecesarias, que nos tiene en gran peligro.
Eduardo no sonreía, se fue por calles bellamente iluminadas, ensimismado casi
sin mirar nada, como queriendo poner su granito de arena para mejorar al mundo,
nada de lo que veía u oía le interesaba, pensaba que el mayor problema era esa
apariencia de felicidad y amor que tanto esconde, que confunde y distrae,
impidiéndole a la gente volar por la vida y la humanidad.
En medio de tantos rostros sin nombre, negándose a
aceptar que eso era el mundo perfecto, se acercó a un pesebre rodeado de gente,
en el momento en que empezaban a rezar la novena de aguinaldos, cantando un
villancico que le recordaba su infancia:
-
“Pastores venid,
pastores llegad,
A adorar al niño, a adorar al niño,
Que ha nacido ya.
Ábreme tu pecho niño, ábreme tu corazón
Que hace mucho frío afuera, y en ti solo hallo calor”.
Este villancico lo conmovió profundamente, recordaba
su feliz infancia en que la enseñanza familiar era el amor, y mientras se
alejaba hacia la pizzería oyó que decían:
-
La Navidad se
acerca recordándonos que el Señor está entre nosotros, Él ha venido a darnos
amor y vida, pero tenemos que abrirle el corazón…- y se fue perdiendo esa voz
en medio del bullicio y la música navideña del centro comercial, él con su
dolor tenía suficiente y no estaba para más.
¿Sería casualidad, sería un milagro de Navidad?, tal
vez era la oportunidad de que recordara de manera práctica sus ideas de
infancia, cuando creía en el paraíso y no estaba tan preocupado por ayudar a
salvar al mundo, porque eso era cosa del Niño Dios, a eso venía y uno lo único
que tenía que hacer era abrirle el corazón y ser buenos como enseñaba. Era lo
último que esperaba, pero se dio la casualidad, allí estaban los primos, Leidy
y Jorge, haciendo fila para pagar su pizza. Los sintió tan cerca de su mundo, a
pesar de su tristeza, sintió que eran su familia, lo único que le quedaba en
medio de la multitud después de haber renunciado tantas veces, por el
materialismo y consumismo, a una familia que no entendía, o al menos no
aceptaba, sus ideas y forma de vida; hubiera llorado, hubiera huido, pero lo
detuvo la mirada de Leidy, supo que no lo odiaba ni le guardaba rencor por
haberles negado su apoyo, y sonrieron mirándose a los ojos, entendiendo y
sabiendo lo que eran sus vidas separados, cuánto perdían como personas cerrando
su corazón.
Lo demás pasó de una manera muy espontánea, sin un
guión, sin que fuera el propósito, solo les surgía del corazón, y se saludaron
con un beso, como siempre, tranquila y suavemente, porque el amor los guiaba,
el amor encarnado que estaban celebrando
en esta Navidad; se dijeron casi en un susurro:
-
Me has hecho
mucha falta, perdóname, fui un egoísta- habló Eduardo, como si estuvieran en una pompa de jabón,
como si estuvieran soñando y en cualquier momento despertaran.
-
Yo confié
siempre en que reaccionaras, que vieras que no estamos solos en el mundo y que
hay gente como nosotros que merece una oportunidad- como música navideña para
Eduardo, oyó este la voz de Leidy.
-
Ya no quiero
discutir estadísticas, análisis y reflexiones, esas cosas tal vez sean útiles,
pero hay que buscar el amor sin inventarios, que cualquiera hace eso sin
sentimientos ni corazón- todo parecía fácil, liviano el aire, tal vez estaban
allí pero ¿sería que su alma abarcaba un campo más extenso, hacia el infinito?
-
Creo que mejor nos
olvidamos de eso, vamos a comer pizza, ¿quieres una cerveza?, seguramente estás
con hambre y necesitas quien te lo recuerde- para Eduardo fue más que una
sugerencia, fue la voluntad del Niño Dios, su Salvador.
Y se fueron los 3 por las calles, hablando y riendo,
eran una de tantas familias con la misma idea del amor encarnado, de la vida
divina hecha hombre, más allá de sueños e ideales de supervivencia de la vida
en este planeta, a la que amenazan poderes y bestias desde las sombras, con
palabras como:
-
“! Feliz
navidad, jo, jo, jo!”, “!feliz navidad, jo, jo, jo!”- en todas partes, centros
comerciales, esquinas, televisión, al lado de almacenes y cajas registradoras.
Una palabra basta para decirlo todo, pero abriendo
el corazón, sin que el deseo de las cosas nos ciegue y nos quite el paraíso, no
se me ocurre más: “! Feliz Navidad!”
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