Una noche
los perros de la esquina ladraron y no se oyeron pasos o nada; esos perros
nunca molestaban por su demencia, ¿estarían ladrando a la luna?, pero si los
corazones palpitaban igual, o ¿sería uno de los fantasmas del pueblo?, pero si nadie
lloraban ni rezó, ¿plantearían un misterio para reflexión y estudio?, esos
perros eran muy inteligentes pero tenían otra forma y horario mejores.
Había que
preguntarles y para eso estaban los niños así que se les mandó hacerlo, como no
podían salir de noche esperaron la mañana y fueron por todas partes pero
ninguno ladró; se dijo que los perros se habían rebelado sin razón por lo que
la respuesta fue mano dura, a duras penas los miraban y no volvieron a darles o
decirles nada, pobrecitos, se enflaquecieron tanto que empezaron a parecerse al
polvo.
Los
perros que quedaron eran cosas, ladraban cómo, cuándo y cómo les dictaban,
también les decían inteligentes pero de gran cultura; y así nació el tedio en
un solo idioma, solo les hablaban a sus perros y estos ladraban, pero no podía
decirse que eran mundos en diálogo sino la gente y sus cosas.
Es cierto
que les tenían cariño, los alimentaban y ponían a procrear pero no aprendieron
a ladrar, desperdiciaron sus vidas sin entender la realidad; ¿será que no
querían molestarse en indagar el misterio de la vida, las muchas vidas y su
mundo?, lo cierto es que del tedio surgió la muerte y en el polvo no pudieron
repetir lo que habían enseñado.
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