¿Dónde
estoy?, ¿y ese barullo?, esas sombras gozan como si tuvieran algo en común y
Babel no importara, ¿será que hay un receptor con todas las voces y música en
tropel?. Ignacio no entiende su lugar en el mundo, solo sabe que tiene que
abrir los ojos y correr, sumarse al gentío, dejar la angustia que dan las sombras, abrir los ojos y tomarse un vaso
de clarete de Olite para estar listo para el encierro.
Había
llegado buscando iluminación sobre la noche de los tiempos, cuando todo era
instintos tras luz, balbuceos humanos, dizque san Fermín acompañaba a los
paganos con su palabra y de la luz los hizo.
Llegó
la hora, brinca, corre al balcón y ve pasar gente y toros como exhalación,
desde el día anterior en que vió alguien por televisión disparar un cohete: “Pamploneses,
Pamplonesas, ¡Viva san Fermín! Gora san Fermín!”, se sumergió en esa fiesta de
muerte, viendo gigantes y cabezones de todo el mundo, gentío y música. Había
cenado ajoarriero con langosta pero solo
recordaba una pancarta que decía: “Viva el vino y vivan los forasteros”,
después todo se tornó completamente irreal y pareció como si nada pudiese tener
consecuencia alguna, al menos ya no importaba.
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