A veces uno no sabe dónde está, no digo un lugar desconocido, es como si algún fenómeno nos hubiera quitado la conciencia, y solo supiéramos que estamos vivos, ¿soñando?, olvídenlo, les estoy hablando de otras cosas.
Uno quiere, con toda el ansia y las fuerzas de su ser,
que no esté pasando, por ejemplo, ver el cadáver de la mamá o la mujer por la
que abandonó todo, sería muy fácil olvidarlo si uno fuera idiota, pero eso no
es común; entonces el pensamiento escapa y ya no sabemos nada.
En un cementerio no se quiere quedar uno, pero cuánto quisiera
tener uno cerca cuando vemos que se acerca la muerta amada, que reclama o pide
un servicio, así que huimos seguramente de noche, recorremos el mundo y nos
detenemos solo en la casa más abandonada y sucia, donde un pingüino cadavérico
hace una mueca y cortésmente nos invita a seguirlo.
Lástima, nos enteramos que la familia que nos recibe en
una mesa, con un demonio presidiendo, lejos del gentío y sus buenas costumbres,
nos esperaba hace siglos, después de ofrendas de sangre a Belcebú nos meten en
una olla y nos despiden con una maldita fiesta.
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