domingo, 19 de enero de 2014

En los suburbios


A veces uno no sabe dónde está, no digo un lugar desconocido, es como si algún fenómeno nos hubiera quitado la conciencia, y solo supiéramos que estamos vivos, ¿soñando?, olvídenlo, les estoy hablando de otras cosas.
Uno quiere, con toda el ansia y las fuerzas de su ser, que no esté pasando, por ejemplo, ver el cadáver de la mamá o la mujer por la que abandonó todo, sería muy fácil olvidarlo si uno fuera idiota, pero eso no es común; entonces el pensamiento escapa y ya no sabemos nada.
En un cementerio no se quiere quedar uno, pero cuánto quisiera tener uno cerca cuando vemos que se acerca la muerta amada, que reclama o pide un servicio, así que huimos seguramente de noche, recorremos el mundo y nos detenemos solo en la casa más abandonada y sucia, donde un pingüino cadavérico hace una mueca y cortésmente nos invita a seguirlo.
Lástima, nos enteramos que la familia que nos recibe en una mesa, con un demonio presidiendo, lejos del gentío y sus buenas costumbres, nos esperaba hace siglos, después de ofrendas de sangre a Belcebú nos meten en una olla y nos despiden con una maldita fiesta.

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