domingo, 12 de enero de 2014

EL OLVIDO Y LA LOCURA


EL OLVIDO Y LA LOCURA
Los caminos que se repiten, el agua que se estanca son la muerte, sin importar el verdor ni los sueños, ni aunque la sombra de nobles ideales sean compañía y solaz preferido; así que por hablar bonito y repetir lo que dicen los sabios, no se tiene su alegría y confianza, ni se vence a la muerte.
Una historia por común y ordinaria no deja de llamar la atención, son pueblos y multitudes que se quedaron en su mundo, solo avanzan por inercia y solo algunos de sus miembros desarrollan conocimiento y progresan; es común el trueque de nobles ideales por comida, comodidad y complacencia con los instintos. Así como pasó en “Los Arenales”, un pueblo de cualquier lugar del mundo; no hubo distinción entre sabiduría y la palabrería del que se adapta según los instintos, no se escogió lo mejor y desapareció sin que pudieran evitarlo.
Es de noche, en “Los Arenales” la gente descansa y no tienen más que hacer que ver televisión, charlar en alguno de los locales de diversión en que se reúnen y dormir, siempre sin variaciones ni sorpresas, parecidos a zombis que extienden la muerte en nombre del amor, la paz y la alegría; hasta un día en que pasó algo y empezaron a cambiar las cosas, eran distintas, nuevas y misteriosas, al menos a ellos les parecían, pues no estaban acostumbrados a decir lo que es y como lo es, soñolientos bajo los ideales como sombrilla, pero si hay problemas ni bonitas palabras. ¿Tal vez alguien se rebeló y pensó por sí mismo, natural sin fórmulas ni rutinas?
-       Vengan amigos a la mesa y conversemos, que es necesario comparar impresiones sobre lo que hemos visto en estos días, no es común que peleen y nos dejen sin explicación, no podemos dejar que se olviden las cosas que nos afectan y trastornan nuestro mundo y vida- ¿será preocupación de Carlos por lo que pueda pasar y con señales suficientes para estar seguros que está pasando?, tal vez se rompió la rutina por un rebelde que quiso el progreso humano, que pensó y habló cuando pudo y sin escándalo dejó que tomaran el camino que prefirieran.
Lo que pasa es que si alguien corre y grita, alguien  que calla toda explicación exige que no se metan, si los que estuvieron presentes sonríen nerviosamente, esquivando miradas, si los policías hablan con todos y guardan algo en los bolsillos (¿un tesoro secreto, clave misteriosa para el éxito?), si nadie sabe más, todos se alborotan queriendo ser informados y partícipes de la luz; pero todo transcurre tranquilamente, no parece haber temores, preocupaciones ni tristezas, eso parece quedar atrás, y tal vez se quedaron como están porque lo prefieren: ni tristes o risueños, ni rabiosos o cordiales, solo pensativos como si quisieran estar solos con sus asuntos, en un mundo en que todo se discutía hasta el cansancio y la muerte, sin límite aunque fuera claro el asunto, la opción o los actores.
-       El viejo no aparece por ninguna parte, lo que me extraña- comenta Gabriel, el más cercano en el vecindario, que por ello se las daba de espía- siempre lo he visto por la mañana y a veces por la noche, con sus libros y sin mirar ni saludar a nadie. Y no creo que esté enfermo porque nadie ha sabido de idas al hospital o consultas médicas.
Pero lo más extraño es la conducta de los policías que se fueron olvidándo todo, tal vez harían un trámite mínimo, por lo del escándalo y el tropel, y ahí acabaron su participación y presencia, ni siquiera se preocuparon por orientar a la comunidad; aunque eran mucha la preocupación, el interés y la curiosidad no dijeron nada, dizque estaban para otras cosas (ni avisar ni despertarlos, que sigan sonámbulos y dóciles sin saber).
-       ¡Oh!, eso es interesante, todos saben que no se pueden meter en ocultamientos, sería un desastre y grave error si se llegara a saber que andan en malos pasos, tal vez cómplices del demonio- dice Iván, el tercero de los amigos en la mesa en que se reúnen siempre, adormilados en grupo como vegetales.
Los vecinos del viejo desaparecido, don Arturo, tenían una historia sobre él y su familia, la inventaron de ociosos, como si no importaran el buen nombre de la gente y sus vidas:
-       Habla con el diablo en persona, o si no ¿por qué ese gusto por la ciencia y lo oculto?, ¿por qué se margina entre libros buscando ciencia y arte que no le dan de comer?- eran conjeturas malintencionadas, porque lo cierto es que jamás había hablado deshonestamente, jamás se comportó mal con la gente ni se metió en enredos o chismes, jamás fue buscapleitos, jamás demostró aversión a las cosas de Dios, solo escepticismo de sus ministros y mensajeros, lo que no es malo.
Por ello trataba a la gente de lejos, y como intelectual cuestionaba todo para descubrir la verdad como camino de salida del estancamiento; su familia lo secundaba y ahí empezaron los rumores: como dizque enfrentaba el mal y la mentira con la razón, solo entendiendo los hechos, supusieron y afirmaron que se marginaba del bien común, con el único aliado posible en este mundo de apariencias, de las que no participaba, que encontraba al diablo en el misterio y le sacaba sus secretos con quién sabe qué tratos.
-       ¿Tal vez no pensaron que se iba a cansar de tanta bajeza y desaparecer?, así la familia estaría libre de rumores y chismes, viviría en paz y sin problemas que no se han buscado ni se merecen- comentó Carlos pensativo y casi en un susurro.
Esto los alteró, gritaron que no se podía poner contra la gente, aunque la oposición de Gabriel e Iván estaba dividida, por muy buenas razones. Resulta que Gabriel era hijo de uno de los jefes más importantes; don Marco Aurelio, dueño de tierras, almacenes, alguna industria, bienes raíces y dinero para todo, no solo sus negocios sino sus gustos.
Pero Iván era ambicioso, siempre con Gabriel para lo que fuera, lo envidiaba y, si adoptaba una posición distinta, discutía pero se plegaba a lo que dijera y decidiera su amigo, se guardaba sus ideas y no decía más, ya le llegaría el día de demostrar quién era él.
Ahora bien, lo que hacían comúnmente los tres amigos, era sentarse en el bar-billares a contar las cosas del pueblo y a discutir, hablaban de todo sin preocuparse por la sustancia, Carlos tal vez sí, aunque con prudencia. Que si una cosa, que si la otra, que tales motivos y razones, que si lo otro; eso sí, Gabriel decía lo que se decía en su casa, las versiones e ideas de don Marco Aurelio, sus intereses y preferencias, y ya sabemos cómo es eso: se podrá disentir pero usted paga y no somos amigos; así que se limitaban a opinar según lo que se les decía, que sabían era del gusto de don Marco Aurelio:
-       ¡Qué se vaya del pueblo ese loco!, ¡qué lo callen y escarmienten!, si quiere problemas los tiene y que se cuide, no nos interesan su verdad y ciencia, ¡dizque procesos educativos y mejoramiento de calidad de vida!- (¿será que se sienten amenazados en su estabilidad?, no querían sombras en sus mesas y hogares).
-       Eso son cosas del diablo- repetían estridente y maliciosamente-, si habla de oración y caridad en privado es que quiere engañarnos, lo que está oculto no podemos comprender y tener en cuenta; si eso es tapado, misterioso e incomprensible, ¿cómo decir que merece respeto y ser uno más?. Si no fuera porque don Marco Aurelio mantiene preocupado por qué comeremos y qué vida tendremos, ya tendrían su merecido.
Carlos no entendía según lo decidido por el viejo cacique, la fórmula establecida, él quería saber y preguntaba; claro que las cosas estaban ocultas pero se sabían, se decían a medias como hablando de cualquier cosa y dejando que escapen preocupaciones, temores y certezas, alguna pregunta inocente, algún comentario sin importancia que los ponía a discutir, rumores selectos que orientaban en cualquier sentido. Pasaba por tonto y despreocupado, muy activo y laborioso, terminaba comentando que hay misterios tan a la vista que no se entienden porque no se quiere, les bastaba con estar ahítos y decir lo que les decían, así que ¿para qué preocuparse?, mejor aprovechar lo que ofrecía el pueblo y divertirse un poco. De esta manera volvió a calmar los ánimos, sugirió jugar billar, sin pensar en lucirse, como siempre, solo ayudando a Gabriel e Iván a que se peleen el campeonato, y sin burlarse de su estupidez; tal vez, pudiera saberse un poco de los planes de don Marco Aurelio, no solo sus preferencias, sino alguna jugada secreta que Gabriel comentaba en confianza.
De don Arturo, aunque nunca se tomaba un trago, si acaso una o dos cervezas los sábados por la tarde, después de jugar un rato baloncesto o fútbol, hablaban los presumidos diciendo:
-       Es el bohemio puro, que nunca dudó en sacarle inspiración a la tristeza- y esto por ser tocayo de Arturo, el de “El brindis del bohemio”, y por ser filósofo, científico, poeta, intelectual, escritor y un montón de cosas de ese tipo, pero no que fuera trasnochador ni tomatrago.  
Que las cosas fueran distintas no importaba, ni siquiera importaban el estudio, la dedicación y la cultura. Sabían leer y escribir, lo que por humillar decían era suficiente, y demostraban con definiciones de esas brindando por todo, incluso por los castos amores (de ellos habla algún verso de “El brindis del bohemio), y de los que estoy seguro habían conocido por lecturas compartidas, de esas que los libraban de preocupaciones y podían incluir en sus diversiones. Decían de don Arturo acechándolo:
-       Es un maestro en expresarse bien y nunca lo han pillado en algo que le puedan castigar- y malintencionados añadían-: algo tiene que tener oculto, algo tiene que haber para cogerlo y fregarlo, que no hable de cambiar, buscar horizontes y mejorar.
Así que por envidia, malos instintos, miedo o el maldito vicio de inventar historias, le abrocharon el crédito de tener tratos con el diablo, corroborando sus afirmaciones con su escepticismo y espíritu crítico, así pensaban todo en contra; pero aprendieron cosas que nadie aprende en ninguna fábrica de ingenieros, artistas, o filósofos: así decían y callaban, se acercaban puyándolo y sonsacándolo con interés codicioso y ambicioso, nada intelectual, ¡qué tal un enemigo de esos, en plan de superación sin pensar  lucro o placeres!. ¡Ah!, don Arturo sabía y se aprovechó diciendo cosas que orientaban, pero la bondad y paciencia de los sabios tienen límite, tenía que hacer por él y su familia y lo hizo, sin desquitarse pero hiriendo: fue el adiós soñado, la última claridad y la ausencia del espíritu racional y creativo que diferencia de los animales.
Teniendo razón para buscar su propio camino, desconfiando de la gente por ser distintos, tan acomodados a algo que les diera la confianza y tranquilidad de tener la mesa llena, como la complacencia y aceptación de don Marco Aurelio, entonces no sembró un árbol, no quiso que sus hijos y esposa murieran en ese pueblo, no escribió su mejor libro, se limitó a madurar, cuidadoso con lo que hacía o decía esquivando problemas.
Pero tenía que irse para estar tranquilo sin renunciar a la evolución del intelecto, estudiaba, preparaba y para evitar resistencia acechaba la oportunidad, buscaba un pretexto, algo que le permitiera escapar sin que pensaran que huía y que había que detenerlo; cualquier cosa podía pasar, si dejaba conocer su vida sin tacha  y la decisión de superarse, de encontrar sus límites, no podrían oponerse aunque se rebelaran, se burlarían y dirían que sobra, presumiendo de valía inexistente, de trascendencia y peso.
A los poderosos mejor dejarlos ilusionados de estar al mando, cuidando los estómagos del pueblo, solo perdería el tiempo tratando que entiendan su debilidad, el porqué de la farsa y que estaban encadenados; porque el día que faltara un grano de arroz en las mesas tendrían que rendir cuentas, sufrir por su efímera gloria y ceder el paso o sufrir violencia.
Otra cosa era el rebaño, no podía acercarse sin recibir un aviso:
-       Tenga cuidado, usted no es como nosotros, no apoya ni acepta que nos preocupemos por nuestro bienestar- ellos como siempre preferían el vientre y los ideales en sueños, incluso el más lindo pero no más.
Así que olvidaba ayudarlos, mostrarles y hacerles ver lo grandioso que sería su destino; claro que no tenía corazón para dejarlos sin luz y encendía llamas que cuidaban, una palabra, explicación o comentario, incluso aconsejaba de manera que se divirtieran; les decía:
-       Lo que uno haga por su gusto puede entenderse como sea pero es su gusto, y la expresión tiene que guardar equilibrio y forma definidos por el arte, se trata de hacer algo bello que perdure y sea ejemplo- esto se comentaba entre todos, muy buena cosa decían y buscaron artistas, pero no don Arturo por honesto y sincero, a él lo condenaron en silencio, definitivamente, dándose aires de lumbreras.
Era necesario encontrar quién expresara conformismo y quietud sin decir cómo son las cosas, pero diciéndolas con otras palabras por absurdo que pareciera, que dijera espíritu práctico a su satisfacción, que dijera progreso a la barriga llena del cerdito, que dijera comunidad al egoísmo, sin vacilar en sofismas y argumentos de fuerza, sin escrúpulos escatológicos, sin reírse de las dificultades y amarguras de un pueblito en que, después de comer y beber hasta llenarse, se sentaban a eructar y hablar mal de la gente, diciendo:
-       No necesitamos que nos definan y precisen la realidad, lo que queremos es chistes y matar el tedio entre amigos que se ayudan, que se tenga en cuenta nuestro interés en no meternos en problemas, y que no se olvide al que manda y nos cuida- (¿complacido del conformismo popular, de sus dóciles críticas y comentarios, tal vez temeroso y preocupado?).
Eso fue siempre parte esencial de su enseñanza y se defendía el statu quo entrañable  y violentamente, como cuestión de vida o muerte, cualquier divergencia de vida o palabra sería reprimida: a los crímenes no llamaban crímenes, ni la calumnia repugnaba y todos como soldados de un ejército de sombras, todos ahormados según apetitos básicos, sin diferenciación con los animales, y que incluían la complacencia en la palabra, la imagen, el ritmo, el movimiento y la forma, su exaltación festiva y báquica:
-       ¡Qué siga la fiesta!, ¡qué sea cantada y definida con agrado!, sin rigores intelectuales como el aguafiestas que molesta con su lección y no puede estar con nosotros- casi todos decididos al juicio condenatorio contra don Arturo, mirándolo de lejos con disimulo y burla, amenazantes y dolidos, a pesar de sus insultos no podían olvidar las palabras con que iluminaba y ayudaba al que pudiera, serían felices sin amargura, ansiedad ni miedo.
Comunidad de ideales tan mezquinos, aunque no se puede decir comunidad, solo montonera y polvo al vaivén de la historia y vida que otros dictan,  era mezquindad su sustancia y no entendió eso de buscar fronteras para la conciencia, no entendió la aventura del conocimiento y, en cambio, esperaba las palabras de don Arturo como tema interesante de conversación, les divertían; pero no vieron alejamiento y menos podían creer que, si la inteligencia se alejaba, se secarían como viajeros perdidos en el desierto, aunque conservaran libros y tradiciones, en el desierto resonarían carcajadas sin alegría, chirrido del polvo que les daría su valor: ¿qué se dice de un mundo que pretende someter la tierra, gobernarla y enriquecerse sin espíritu humano, solo comiendo, evacuando y hablando como vegetales y animales?:
-       Ahí tienen el cementerio que buscaron, rían si quieren pero a nadie convencen; si no fructifican es que no son humanos, aunque tengan jeta e ilusos rebuznen, no se puede hablar de la vida sin ideal y del instinto como motor generador de la gloria humana- y no se olvida, ni se menciona pero se sabe que es cierto y se rebelan, lo guardan en su asustado y ansioso corazón.
Así que ellos, a pesar de todo, despreciando la evidencia irrefutable que les había expuesto don Arturo, sin darse cuenta de lo que hacían y gozosos de saber algo tan importante, repetían incesantemente una de las frases que le habían aprendido, fingiendo ridícula grandeza, fingiendo ser poseedores de ciencia como quién tiene la verdad absoluta, como si estuvieran saciados y su inteligencia, hecha de apariencias brillara entre oropeles:
-       Los caminos de la conciencia no se unen con instintos, mezquindad ni demencia- verdad con la que pretendían superar al doctor que envidiaban, interpelaban y despreciaban, sin encontrar forma de ser violentos y vengarse; lo negaron, lo alejaron y lo buscaron con esas frases de él, que en lo íntimo comprendían, negándose a reconocer la realidad.
En tal estado de cosas, instintos, codicia, tensiones, murmuraciones y violencia contenida, llegó la tarde en que una vecina, de esas que se olvida con solo mencionarla, preguntó a María, su esposa, por don Arturo, haciéndose la loca y buscando una gota de agua para su sed, un rayo de luz en su conciencia, un poco de paz en su corazón:
-       ¿Dónde anda el viejo loco?, ese que dizque es su esposo y la hace feliz quién sabe cómo, si no cuenta no sabemos, ¿estará hablando con el diablo y nos va a descrestar con sus cuentos y refranes por la noche?; que no sea aburridor y prepare unos chistes, que se compadezca de nosotros que nos tocó soportarlo, por unos títulos que no valen nada- mirada burlona y maliciosa de mala hembra, chismosa y aleve, vecina de las sombras y enemiga que no entiende estar pillada, nunca reconocería perdición.
-       ¡Usted no tiene derecho a hablar así de los sabios y se está pasando del límite, usted es nada, por eso calumnia!- dijo María, con voz sonora que nunca se le había oído a nadie de esa casa, nunca habían protestado ni se habían quejado, voz que anunciaba el final de todo vínculo y trato-, ustedes se quedaron sin el faro y su luz, en su infierno y cementerio, tendrán que conformarse con sus disparates y burradas, mi querido Arturo está construyendo y nos vamos; pero no se preocupe, tengo papelitos en que decimos lo que pensamos y sabemos de ustedes, para que se entretengan después de cenar, algo aprenderán aunque protesten.
Fue el acabose, ardidos del brillo familiar que envidiaban, enfurecidos dejaron sin freno sus lenguas y cantaron las desgracias y males del universo, sin olvidar madres y abuelas; ¿se preocupó la autoridad que presurosa llegó?, ¿supusieron que tenían un problema que arreglar?. No se supo por qué pero los vieron llegar y marcharse con un mensaje que esquivos callaron: supieron ser culpables de matar la sabiduría con su complicidad y violencia, pero que pronto acabaría todo: ese caminar pausado al lado de la sabiduría, sin tocarla, esa voz en medio del sueño con que pretendían justificar sus actos y mundo, con que fingían valía humana y grandeza; y tal vez fuera cierto el desierto y los burros entrenados de don Marco Aurelio, tal vez la esperanza moría en el cercano olvido.
Pasaron las horas y los esbirros callaban, volvieron secreto lo de todos, temían que la gente abriera los ojos y supiera cómo se desvalorizaban, sabían que tenían una sola razón para vivir, un sistema inhumano y luces de neón que no llegaban a la mente y el corazón; interesados acechando cualquier diferencia, cualquier desvío, reprimiendo antes que sucediera lo temido, silenciosos pensaban:
-       Como animales son tratados y así viven, por no incomodarse y cobardía; si  quieren detener la vida  complacidos, deberían saber que la vida sigue y quedan a un lado como muertos, sin espíritu que los diferencie del animal, y eso no le importa, esos no le importan nunca a nadie, aunque la ilusión los enajene.
¿Entienden estas palabras?, y las recordarán por ser las palabras de un sabio que se aleja con la vida, renovándose y progresando en un mundo nuevo, su mundo que no pueden invadir; si lo pensaran dirían la fuente de esta muerte, por qué la aceptan y qué hacer para que la vida reine. Mejor dejaron las cosas como estaban, la gente buscando a don Arturo violentamente y fingiendo justicia, envilecidos por su existencia, arrodillados; a pesar de su ceguera comprendían estar perdiendo camino y esperanza, con su quietud, conformismo, comodidad y cobardía, intentando lucirse sin indagar forma y contenido, solo repitiendo lo permitido y expulsando de su mundo, al que compasivo quería guiarlos hacia la luz.
Pasaron las horas ardiendo en espíritu vengativo, desde que doña María hablara de la ceguera popular, la irracionalidad que los caracterizaba y definía, y cómo quedarían en tinieblas, aterrorizados, indefensos ante ellas, agitados en sus pasiones por el responsable de la mentira en que vivían, que en su ambición los condenaba a ser animales, sentirse grandiosos y pensarse divinos; pasaban las horas, decididos al autoengaño, a su falsa vida, solo querían quitar de su vista a quien les había enseñado que la vida iba más allá del estómago, de su rutina de instintos e ilusiones, de lo que habían pensado y dicho sistemáticamente para que don Marco Aurelio mirara con ojos de aceptación, de perdonavidas, y pudieran saciarse sin preocuparse, sin pensar en horizontes perdidos, vidas truncadas o los crímenes que ya no pudieron olvidar.
De rato en rato parecía que todo acababa, dizque don Arturo estaba llegando y cobrarían lo que había dicho, pero se daban cuenta de su confusión, no estaba entre ellos y volvían a sus suposiciones maliciosas y comentarios torcidos, ya no amenazaban, solo tenían la sentencia, parecían fósforos encendidos que agitaba el suspiro de sus pasiones y la herejía de sus comentarios (de rato en rato decían inteligencia que no les reconocía el ausente, compasivo, y juraban venganza dejando que la razón vagara tras elucubraciones y palabras de poder), se distraían echándole leña al fuego, animándose a tener coraje y ningún escrúpulo, dizque sin el sabio era su vida:
-       Que venga aquí a ver si se atreve a decirnos burros, no le permitiremos tal rechazo y humillación- se exaltaban y volvían a expresar anhelos imposibles, rencores infames y la sentencia definitiva, con todos los comentarios que frenéticos surgían, en medio de gritos con que disimulaban su dolor y llanto.
-       Si quiere tranquilidad que nos reconozca valía y derecho a decir lo que queramos, no tiene por qué rechazar nuestra enseñanza, además que está muy bien respaldada y así se metió en problemas; si no quiere ser como nosotros se tiene que fregar- respondían los que alborotados miraban y escuchaban, los que huyendo de la luz temblaban, buscando al sabio que les había hablado sin mentiras ni violencia, para castigarlo ciegos.
En el reino de las sombras quedaron, y ahí no se encuentra ciencia con que puedan pescar al sabio, que llegó sigiloso por lo suyo, en el momento más inesperado, y se voló aprovechando su distracción y enajenación. Les habían dicho que no pensaran qué era el sabio, que lo negaran todo y que si lo veían lo vieran distinto, algo así como ir tras una sombra, tras su mundo de fantasía y oropeles, tras sus crímenes y ocultos recuerdos; y lo hicieron sin preocuparse por el resultado, obedecieron tan bien que no se dieron cuenta de nada.
Don Arturo, como la llama de la vida que era, se paró de frente, miró sus caras hipócritas tras sus bajos instintos, dijo estar ocupado y no lo volvieron a ver, se quisieron esconder, esconder ojos, boca, cara, brazos, todo lo que estaban haciendo; pero gozaron con su idea de vencerlo, fueron felices hablando monstruosidades, construyeron y olvidaron sus vergonzosos propósitos, fingieron grandezas absurdas y se les oyó un quejido:
-       ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¿dónde están el amor, la alegría, los buenos momentos sin críticas ni peleas?, ¿quién nos puede decir lo que pasa sin prohibirnos apetitos de cama y mesa?- pero ya no podían olvidar que su mente se había extraviado en los rincones de su mundo animal.
Lloraban sin poder arrancar sus caretas y repetían:
-       Si por lujuria perdemos la familia no nos digan perdidos, si por golosos y cobardes olvidamos al amor no nos den olvido; ¿quién dirá que hay sospecha criminal entre nosotros, quién se atreve a tanto?- y arreciaron amenazas pero a don Arturo no aceptaron, así se les fue y los olvidó.
Pasaron los años y la palabra muerta no les dió la dicha, olvidaron y quedó solo el gruñido del apetito, en parte satisfecho; una idea, temores de polvo y ventarrón, certezas del final y el instinto avergonzado en su derrota:
-       ¡Silencio!, que no se mencione la locura de seguir apetitos y violencia; ¡silencio!, hoy sabemos que la muerte está en nosotros y es inútil mentirnos. ¡Adiós!, y que no se diga más- fue el común comentario, fue la palabra que aprobaron, cuando ya estaban muertos, sin esperanza de ser luz y vida, ni de contemplarla en la casa del vecino.
                        


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