jueves, 16 de enero de 2014

Es para otros que lo digo


Yo sé que quieren que les hable de la sordera, y podría contar una historia de alguien que recibió un golpe en la cabeza y se quedó sordo un tiempo, o de uno cuya madre se enfermó durante el embarazo y tomó un medicamento, circunstancia doblemente propicia para la sordera, incluso serviría un caso de alguien que fue bebé precoz, con parto muy difícil, y que fue siempre algo sordo; todos esos casos interesan y hay muchas historias, muy buenas, pero yo quiero contar otra historia, una de ciertos personajitos que siempre me parecieron muy sordos, se les podía decir lo que fuera, hablar de la manera que fuera pero nunca entendían, siempre estaban pensando otras cosas, sordos para siempre, como muertos decía yo. Una lenta separación con pleno conocimiento de los caminos, de que no se puede estar presente cuando uno anda por otros mundos, con pensamientos diferentes no se escuchan los llamados a la cordura y se rompió para siempre el lazo que había, el más sagrado como es el de la familia ya se olvidó.
Lo que pasa es que si uno se pone a pensar en sordos, y para completar ciegos, se da cuenta de las diversas formas de comunicación que hay, que se logra dominarlas con dedicación y sobre todo el interés de la gente, el caso de Helen Keller es paradigmático; si se buscan los medios, se encuentran y se llega muy lejos, pero, y hago el énfasis en esto, cuando hay interés y voluntad porque si no todo esfuerzo es inútil. Este es el caso de la historia que quiero contar, de gente que para nada ponía cuidado o se interesaba por el vecino, gente a la que no se le podía hablar por lo prevenida y predispuesta contra los otros, por lo que no se podía establecer comunicación, no se sabía lo que estaban pensando los otros generando malentendidos y disgustos, gente que siempre creí completamente sordos, alejados de la realidad, por su desinterés, prevención y violencia.
Les quiero hablar de una familia, o mejor, la apariencia que quedaba de ella, les quiero hablar de lo que considero es la más aterradora forma de sordera, y es la sordera del corazón; sin más preámbulo paso a contarles una pequeña historia de violencia, apariencias y locura.
Creo que los hermanos que prefieren decir violencia y problema cuando todo está tranquilo es que no tienen el sentimiento, la inspiración, ni la idea mínima para que uno espere lo que nunca fue cosa de uno solo, éramos todos o ninguno podía ser hermano. Así que se les habló, se les dijo muy claro que necesitaban abrir sus ojos, ante el problema que se les venía encima, por el camino de corrupción que llevaban no quedaría nada bueno en su mundo, solo el hampa, sin el disfraz social que tenían hace unos años porque hoy ya se lo tiraron; y no escucharon, más allá de lambonerías con los corrompidos era su traicionero interés, dizque uno de esos que todo lo hace de buena fe, honestamente, no importa y que lo debían dejar a un lado, sin escuchar ni entender razones para aceptar la vida como es, buscando lo mejor.
Otra cosa es la Navidad, si se celebra en familia es más cercana a su auténtico sentido, incluso puede llegar a vivirse con todo su valor original, a través del testimonio y el propósito de encarnar el evangelio, el mensaje de paz y amor eternos. Si uno para celebrarla quiere una buena comida y la prepara con cuidado, pues le queda bien y todos son felices, sin exclusiones, por tal motivo no hay por qué decir que ese tío que está de visita, que le dedica el tiempo que puede en Navidad a su mamá, la abuela de ellos, los está estorbando; si se prefiere un amigo interesado, un intruso con el que sí se habla, al que sí se le da confianza, que porque primero están los amigos que una familia que no se quiere, pues hay que tener cuidado, con cualquier gesto y palabra podrían tener un pretexto para ir más allá de la mala cara y reproches injustificados, pero no importa cuán cuidadoso sea el tío, la violencia salta en el momento que menos se espera y ya no se puede comer en familia.
Uno hubiera querido que salieran al paso, en esa época ya lejana en que tanto se inflaban dándose ínfulas que no les pertenecían, ridículas, porque uno de la familia había logrado ser el único líder que les puso un límite a los corruptos caciques del pueblo, uno hubiera querido que, siquiera, se quedaran al  margen, que no se metieran en esa pelea abogando porque uno podía conservar su suave trato en todo momento, incluyendo los más calientes, pero que dejara a un lado su hombría. Todo tipo de argumento era válido, incluso la calumnia, hasta que no se pudo más y tocó emigrar del terruño, tocó dejarlo todo como quedara; en ese entonces la familia era un sueño, más que moribunda y uno emigraba, los intrusos querían figurar y no necesitaban mucho para que los aceptaran, si en el hogar alguien ya había aceptado la corrupción como forma de vida, al influjo del gusto de los caciques, pues no importaba que fuera un cerdo el que, después de la bendición de un cura, se acostara con ella, la maldita traidora, la culpable de muchas humillaciones para el papá y la mamá, la loca que incluso decidió acabar con ese remedo de familia que había quedado.
Pobrecitos los viejos pero tuvieron una suerte muy peculiar y extravagante, los cuidaron siquiera un mínimo porque era el único lazo que los unía con el nuevo líder, que si no mató a los caciques los pudo contener, y que ausente con sus luchas, confió siempre que tuvieran, con la ilusión patriótica que le habían inculcado, siquiera el techo que se habían ganado, la comida y cuidados médicos. Así que algún día tocaba regresar, no solo a visitar tumbas, quedaba la viejita, y ella feliz de ver al hijo, tan grande y sabio, de tenerlo cerca en la fiesta más importante para las familias del pueblo, que tanto había cambiado y al que se regresaba sin nostalgia, solo un poco de curiosidad.
Y ahora sí estamos en Navidad y se pretende celebrarla comiendo, pero ¡qué espera tan larga para quién sabe qué!, no se puede meter uno y es cosa de ellos no más, y si uno se arriesga a preguntar que cómo está la comida puede tener un problema y es mejor evitarle a la viejita un disgusto; y se va casi toda la tarde sin un almuerzo, en este caso un asado, en el patio, entre el sobrino y su amigo, un intruso en la familia que ni siquiera esperó bendición de cura para coger a la sobrina, porque a eso se reducía todo entre ellos, y blasfemando la Navidad que porque ellos son distintos.
¿Qué se puede hacer para hablar con uno de esos sino buscar la mejor manera de decir las cosas, hacer el esfuerzo?, ¿y si el tal sobrino que no ha hecho más que negar la familia responde con 4 piedras en la mano, cómo se le dice?, tal vez así tenía que ser, pero si al hacerle la observación, sobre su grosería, no se calma y se calla, o dice simplemente que espere, entonces en ese momento tenemos un problema, y todos gritan, menos mi mamá y yo, o el intruso que, aunque no lo molesto ni le digo palabra, para mí no cuenta para nada; dizque esos que se hicieron los muy inocentes quieren estar tranquilos, incluso el otro hermano, ya no tan dulce y aprovechando una oportunidad para pelear, que no los molesten, que uno es el culpable, que uno es el que busca problema porque ellos están muy juiciosos haciendo un almuerzo que nunca llega, todos hablando, ellos a gritos y dándose aire de ofendidos.
-       Yo le hablé de buena manera y me respondió con grosería- dicho por mí suavemente, una y otra vez.
Mi mamá, que era sabia en estas cosas, a ellos no les dijo nada, para qué si son sordos y no escuchan nada, nunca intentan entender lo que se les dice, además que hubiera sido peor, solo me dijo a mí que me calmara, e hizo algo que les costó el gustazo de estar ofendiendo y humillando a uno de esa familia, tal vez era ese el dolor, supongo porque no tenían motivo, pues desde la fundación del pueblo siempre fuimos muy conocidos, fundadores, constructores, primer alcalde, y los de la otra familia del sobrino nos envidiaban; ella, simplemente, sin más intención que almorzar cualquier cosa, y teniendo en cuenta que ese día la empleada tenía el día libre y aún no habían hecho nada, me dio dinero para que fuera donde los chinos por arroz chino y pollo. Claro que sí, y al rato llegué con qué montón de arroz que sirven los chinos por cada pollo, y sin preocuparnos por más, sin pensar en nada porque no teníamos otra intención lo fuimos sirviendo; no lo habían supuesto, ni siquiera lo habían imaginado, así que los cogimos desprevenidos y no supieron qué hacer, fue un baldado de agua fría, como si no entendieran que íbamos a almorzar y se quedaron callados, y lo que digo en este punto es cierto, no exagero, de inmediato nos sirvieron una carne pésimamente asada: por fuera estaba carbonizada y por dentro completamente cruda, pero mi mamá y yo no dijimos nada, a comer callados o a iniciar otra gritería, el famoso diálogo de sordos del que a veces hablo, cuando me preguntan que por qué no los trato siquiera un poco, aunque sea de lejos.
Así que tenemos 2 mundos en continua contradicción y enfrentamiento solapado, viviendo bajo el mismo techo, con mi mamá como el único factor integrador, estando tranquilos en la casa y tratando de no tirarnos todo y que empiece otra vez la pelotera; pero las cosas no están nada bien, uno sabe que en cualquier momento, de la manera más inesperada, puede empezar de nuevo nuestro diálogo de sordos, ellos gritando y uno suavemente como siempre. Y así fue, como tenía que ser en un grupo, me refiero a todos nosotros, en que ellos hablan sin estar dispuestos a escuchar nada y uno oye con cuidado, sin la más mínima intención de escucharlos y darles gusto, sería locura, en un grupo así algo tenía que pasar; yo no hubiera querido que pasara, por mi mamá que estaba presente, que se amargaba durante un rato por esas cosas, sin importar que yo la estuviera endulzando, tan profunda y desinteresadamente como dijo siempre.
Días después de la Navidad, estaba yo en la alcoba de mi mamá, sentado en el borde y al pie de la cama y ella sentada al lado, en una de las 2 sillas que tenía frente al televisor, cuando en esas entró el sobrino; yo muy prudentemente ni lo miro, no me intereso en lo más mínimo, sigo viendo televisión y a menos de ½ metro de mí, estoy seguro, le habló y le dijo cualquier cosa, no supe qué. Desde la puerta de la alcoba de mi mamá se veía la puerta de la cocina y algún detalle de quién estuviera adentro, al rato intento llegar a la cocina, siendo la hora en que servía mi comida, a esa hora la empleada ya se había ido, pero allí estaba el maldito, que es como recuerdo a ese sobrino, y preferí esperar, se podían incomodar como siempre, me volví a sentar y esperé por prudencia todo el tiempo que pude, hasta que al fin se fue de la cocina y entré; como se habrá entendido por este relato yo no tenía intenciones de poner problema pero pasó, ellos tenían cierta manera de demostrar disgusto, de mostrar cuán incómodos se sentían con uno en la cocina cuando estaban ellos, incluso la maldita de la hermana, sobre todo ella, era capaz que se salía cuando estaba empezando a hacer lo que fuera. Como era mi costumbre entré a la cocina, busqué en la nevera donde siempre encontraba o sopa o fríjoles, a veces de 2 o 3 días, calentaba, servía un poco de arroz con una latica de atún, alguna carne, chicharrón o huevo, si no había más, pero nunca cogí nada sin preguntar de quién era; podía ser la carne, lo que más cuidaban, o la sopa que podían ser de uno que no había almorzado en la casa, por ejemplo de la hermana (¡qué va a ser cierto eso de que hermana!), que almorzaba en la oficina y le guardaban lo suyo para la comida. Así que algunas cosas que había, recién hechas y muy ricas, chorizos y cosas así, ni las miré, las había acabado de cocinar el sobrino y le había dicho a mi mamá, a menos de ½ metro de mi oído, cuando estábamos viendo televisión, hacía ya mucho rato, dizque había en la cocina para todos; eso no era lo usual, parece ser que a pesar de que mi mamá era la que ponía lo del mercado, ellos decían y sentían que uno se les comía lo de ellos, pero se puso de lambón cosa que no le reprocho, queriendo congraciarse conmigo, algo quería sacar, y yo no me dí cuenta sino al rato cuando se puso bravo que porque yo lo había desairado.
Lo único cierto es que yo, teniendo en cuenta lo agresivos y violentos que eran esos, con mi familia que porque les duele ser muy poquita cosa, pues no me fijé en lo que le decía a mi mamá, tratando de no meterme en problemas para no amargarle el rato a mi viejita linda; claro que después lo recordé, como un sonido retardado, algo que llegó a mi cerebro cuando ya era tarde, debido a mi sordera, cultivada con el pasar de los años: no fue una sordera que surgió de improviso, fue una sordera de años; luego fueron 2 o 3 palabras de disgusto de mi hermana con mi mamá, ellos a mí ni me hablaban, y hubiera quedado así para siempre si no fuera por algo más que pasó después.
Resulta que mi mamá me había dado llave de la casa y ellos a veces la dejaban en la casa, así que cierta vez llegó el sobrino, tocó el timbre y yo me asomé a la ventana, en un segundo piso, a ver quién era; cuando asomé, se hizo el que no me veía, que estaba viendo para la otra ventana, cosa que era imposible pues era metálica y se oía cómo chirriaba, además estaban muy juntas y uno siempre se daba cuenta de cualquiera que se asomaba, entonces lo llamé y como si no oyera nada, esperé un momento y siguió haciéndose el loco. Siendo las cosas como eran, tan complicados y llenos de resabios, tan problemáticos, no le tiré la llave sin que él no me mirara, o lo aporreo o las deja botadas, cosa que no se puede; eso fue todo, pero al rato llegó el maldito poniendo quejas, con mi mamá y mi hermana, y ahí sí me tocó hablarle a ella, no podía dejar así porque después se me subía mucho la pelea.
-       ¡No, no, no, no!- me dijo cuando le fui a explicar, moviendo la cabeza a un lado y el otro, ¿con energía?, no, con violencia como quien no quiere ni oír, ni ver, ni entender, quedándose sorda por completo.
-       Pasó tal y tal cosa- le dije alzando la voz con cuidado, en la puerta de su cuarto, cosa que era vedada para mí, nunca me lo habían dicho pero era terreno peligroso.
Las cosas se quedaron de ese tamaño, afortunadamente para mí porque esos cerditos son un problema, envidiosos, acomplejados y resentidos, incluyendo a la maldita de mi hermana, se vuelven contra uno en cualquier momento y le sacan los ojos a uno; si son tan sordos, uno al menos hacía el intento de entender, pues que se queden en su mundo, que al mío no van a llegar después con cuentos, les demostraría que cuando uno se propone hace cosas muy grandes y sería el más sordo de todos, se los tengo prometido y me olvidé de ellos, aunque vuelva a pasar que tiene mil chorizos fritos con arepa y ni me doy cuenta, además que ni lo sabría porque ya no estamos bajo el mismo techo, pues no está mi mamá para que le pongan la queja. Somos sordos para siempre, les tengo dicho, y cuando llegue la hora, si es que llega, yo les gano, y les recuerdo la canción favorita de mi papá, ni se las canto pero se las recuerdo:
-       “Ya no vive nadie en ella,
y a la orilla del camino
silenciosa está la casa.
Se diría que sus puertas se cerraron,
se cerraron para siempre sus ventanas.
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Todo ha muerto,
la alegría y el bullicio.
Los que fueron la alegría
y el calor de aquella casa,
se marcharon
unos muertos y otros vivos,
que tenían muerta el alma:
se marcharon para siempre de la casa”.
Tal vez para evitar discusiones los dejé diciéndoles esto: o están muertos ellos o soy yo el que lo está, pero me quedé sordo para siempre; cuando quieran librarse del malevaje, la maldita hermana hablaba de conseguirse un tinieblo dejando al maldito de su marido, cosa que hizo después, en ese porvenir hipotético pierden el tiempo conmigo pues me quedé completamente sordo, sin importar las consecuencias para ellos, ya sea que los maten o que vayan a dar a una cárcel, cosa factible por lo que dicen y hacen. Si hubieran respetado a mi mamá los habría ayudado mucho, pero no poniendo en peligro la vida de otros, ya sea la masa en general, policías o guardias de seguridad, sobre todo de banco; pero eso no sucedió cuando ella lo único que necesitaba era un poco de comprensión o siquiera que la dejaran en paz y la olvidaran.

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