«Cada vez que veo a un adulto sobre una bicicleta, no pierdo la esperanza para el futuro de la humanidad.»
H. G. Wells
La bicicleta no es parte del que la monta pero
multiplica el trabajo que hace con sus músculos, pedaleando va y viene más
rápido, hasta 4 veces más en casos comunes, no hablo de corredores de ciclismo
profesionales sino de la gente que quiere dar un paseo y llegar un poco más
lejos, de los muchos que van al trabajo o de compras o a resolver un asunto y
el trayecto les permite el uso de la bicicleta, o meramente de la gente que le
gusta moverse, quemar energía dándole algún uso; ¿pero todos buscan esa
eficiencia y rendimiento, multiplicar quién sabe hasta dónde las posibilidades
de su energía?, no, porque hay gente que no busca sino el disfrute del
movimiento, la aplicación inteligente de la energía, elasticidad, agilidad,
etc., su aplicación práctica en los diversos campos de la vida vendrá
después.
Para mí ha sido siempre algo muy agradable y no
siempre por deporte, me gustan los deportes y mucho pero la bicicleta es mucho
más que eso; y lo dice todo el mundo, es trabajo, recreación y diversión, es
cultura, siempre parece algo muy interesante y agradable, y creo honestamente
que en personas normales, siempre es posible que, teniendo la oportunidad y
tiempo queramos montar un rato en bicicleta, dar una vuelta, hacer deporte,
incluso ir al trabajo.
No me consta, no podría afirmarlo sino como una
suposición, pero digo esto: “¿cuántos ejecutivos importantes o potentados en
sus carros de lujo, si yendo hacia sus trabajos, con chófer y todo eso, ven un
ciclista de corbata y muy elegante que también va a su trabajo, cuántos de esos
no sienten un poco de envidia y un deseo inmenso, o pesar, de bajarse del carro
y tomar su bicicleta?; nada raro, en algunos países, que ese ciclista sea el
jefe o el dueño de la empresa para la cual trabaja, que lo mira burlón y
haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza, lo despide con la mano y
suspira profundo poniendo cara de felicidad, claro que llama la atención del
que va en auto, que se vuelve a mirar al ciclista y éste, repitiendo el gesto
de desaprobación apunta con el índice a la sien haciendo girar allí ese dedo y
haciéndole el gesto con que se dice loco.
Siendo cierto lo que digo, no como un elogio sino
como un retrato fiel y exacto de los hechos, podemos decir que las historias
son más que muchas, y no podríamos conocer sino un pequeñísimo porcentaje de
ellas; pero lo que sí podemos hacer es contar algunas cuantas que nos muestren
un panorama, lo más amplio posible, sobre bicicletas, ciclismo, felicidad,
salud, este mundo con sus cosas y una muestra de la inventiva humana.
Hay historias que no se olvidan, no necesita uno ni
escribirlas, como la primera vez que monté en bicicleta, en un barrio popular
con compañeros de estudio; la vez que casi me mata una camioneta en un pueblo
del norte de mi país, cuando estaba repartiendo cartas en bicicleta; un
encuentro cuando iba pedaleando, con una joven en bicicleta que me invitó a una
fiesta de Año Nuevo; las bicicletas colgadas de la pared y que casi no se usan,
que porque uno no es de la familia sino cuando necesitan de uno; el premio de
montaña en el mítico alto de “La línea”, el más temido y duro de todos; o la
muerte del “Palomo”, solo supe el detalle que cuento; incluso las premiaciones
a Carmelo Reyes, ciclista del pueblo, campeón farolito de la Vuelta ciclística
al país. Por eso las tengo en una primera parte de este modesto libro sobre la
bicicleta, su mundo y sus cosas, aunque las últimas 2 son solo detalle de lo
que pasó: la del “Palomo” fue lo único que supe y no pude investigar más, en
ninguna parte encontré información al respecto, y la de Carmelo Reyes ocurrió
siendo yo un niño, se encuentra perdida en las brumas de mi infancia, y estando
lejos del pueblo me queda difícil encontrar alguien de los que haya participado,
algún archivo o recuerdo personal.
La segunda parte son una serie de ficciones, algo de
prosa poética fruto exclusivo de mi inventiva y mi imaginación, aunque supongo
que a alguno le parezcan historias conocidas, y lo son porque a muchos les
pueden haber ocurrido, o haber sido testigos de alguna como esas. En ambos casos solo quiero ver, oír y entender
pensando en estas cosas y expresándolas sin ponerme a definir sistemas,
estructurar teorías o análisis; en Internet se encuentran cosas muy
interesantes sobre este tema, la bicicleta, el ciclismo y asuntos relacionados,
y podría uno hacer algunas cosas útiles e interesantes pero creo que por esta
vez mejor me limito a contar algunas cosas, sin artificios, sin pretensiones de
ninguna clase, solo contar y compartir esto que son vivencias personales; el
apartado que titulo como ficciones, forma parte de mis vivencias pues me limito
en él a tomar los elementos de esta realidad, como la conozco yo, y a
reconstruirla a mi modo, en otras palabras invento la realidad tomando sus
elementos. Espero que estos textos sean de su agrado y pasen un buen momento,
me parece que no siempre un escrito que se disfruta es el favorito, pero siempre
debería esperarse eso, al menos eso sí, creo que lo he logrado y confío que al
menos puedan terminar el libro completo sin aburrirse o dejarlo a un lado.
Recuerdos
personales
No fue más que ver lo que hacían para querer
hacerlo, un vecino tenía bicicleta y estaba en la calle prestándola a todos los
que nos reuníamos allí, yo nunca había montado en bicicleta y esta era mi
oportunidad, era un derecho que teníamos por la confianza del vecino, ¡qué
alegría entre compañeros de estudio!, seguramente aprendería en las calles de
ese barrio, lejos de mi casa, en que hacíamos tantas cosas, los compañeros y
vecinos; ya fuera estudiar para los exámenes, ya una fiesta, incluso cierta vez
estudiando álgebra sacamos tiempo, no más ½ hora y estuvimos bailando; ya las
carreras atléticas con el campeón suramericano de 400 metros planos; o mirar
muchachas, hasta llegué a tener una noviecita y alguna charla sobre ellas, como siempre
hacen los muchachos, pero esto era algo nuevo, un hoy cercano que había soñado,
la primera vez en mi vida que tenía una bicicleta a mi alcance. Entre risas y
bromas, con frases de ánimo me inicié como ciclista, no es que fuera el cielo,
pero en aquel mundo propio de pobrezas sin miseria apenas en esa noche de
descanso, lograba avanzar por la calle en la bicicleta sin tocarla, pero ¡uf!,
si no tenía cuidado y me concentraba, como decían de mí, al suelo iba a dar y
no sería el héroe, en aquel alegre grupo de muchachos, sino el que caía entre
risas y aplausos solidarios.
Y se volvió costumbre el rondar por la esquina del
encuentro juvenil, casi club juvenil, donde estaba la tienda familiar de
algunos compañeros, a la que decíamos oficina, esperar con cualquier pretexto
que el vecino de la bicicleta saliera un rato con ella, quemar el tiempo
diciendo y haciendo muchas cosas, aunque sea se paraba solo en la esquina,
porque en cualquier momento podía pasar que tuviera otra vez a su disposición
la bicicleta y a dar vueltas en ella, cerca de la esquina, en una de las calles
laterales, de escaso tránsito automotor, pero era suficiente para compensar la
espera. Así como el representante del pueblo en las competencias nacionales y
suramericanas de 400 metros planos, se reunía con algunos muchachos, los que se
le medían al atletismo, a correr dando vueltas a la manzana, así como
cualquiera me ayudaba a encontrarme con mi sardina, la noviecita, y me contaba
cosas de ella y le llevaba razones para que nos pudiéramos encontrar, así como durante
la época de exámenes nos teníamos que dedicar a los libros, yendo y viniendo de
mi casa al barrio, así mismo había una bicicleta en la cuadra, que entre todos
disfrutábamos, y éramos los alegres camaradas que despreocupados estirábamos el
tiempo hacia el infinito.
Tenía que ser así cuando apareció la bicicleta en la
cuadra, el vecino que la sacó tal vez solo quería dar una vuelta y nos la
prestaba, y entre vuelta y vuelta alguno tenía que tener la idea de las
competencias, ya no pensábamos en entrenar 400 metros planos con nuestro campeón,
ni aplaudirlo cuando pasaba con su grupo de afortunados, ahora fue el grupo de
ciclistas haciendo el mismo recorrido alrededor de la manzana, por turnos
cronometrados, con todo el empeño y cuidado del caso, con una seriedad que no
era solo nuestra sino que nos había inspirado el campeón, y tan
despreocupadamente como siempre; ya todos podíamos competir, no eran solo los
que iban a unos Olímpicos, o los que pasaban en las caravanas de la Vuelta,
podíamos soñar con ser grandes ruteros y pisteros, incluso récordman de la hora
como unos “Cochises”, y nada me podía importar más, ni a mí ni a los demás.
Todos teníamos oportunidad, todos la esperábamos muy
juiciosos y ordenados, aunque tal vez no fuera exacto esto último, lo de
esperar, porque yo lo que hacía era buscar la manera de poderla montar, acechar
el momento, estar atento a cualquier cosa que pudiera pasar, siempre así sin
pensar que a la vuelta de la esquina podíamos encontrarnos con el fracaso de
nuestro campeonato. Y me pasó a mí, tal vez el más interesado en que nuestra
dicha nos durara, tal vez el único que en su inmadurez deportiva buscaba e
intentaba todo el rigor técnico posible, sin preocuparme por qué tan lejos se
pudiera llegar, uno sabía muy bien que era una fantasía eso de ser campeón, se
hicieron chistes, se comentó lo que podía lograr alguien así si se dedicara, pero
no yo se decía, solo alguien así porque yo tal vez estaba para otras cosas, lo
que luego quedó confirmado.
¿Serían la emoción y el calor de la competencia?,
muchas veces pasa que uno se cree el cuento de que va adelante, que va a lograr
el mejor tiempo en una vuelta cronometrada de esas, lo siente uno así. A mí me
pasó que supe que iba muy bien pero me quedé sin saberlo, nunca lo sabré,
aunque eso no importaba tanto, eso se arregla con otro intento; lo que más
importaba era la bicicleta, la única que teníamos para nuestro uso y disfrute,
la que estuvo con nosotros en nuestro corto trayecto en el ciclismo
competitivo, claro que no desapareció, no se nos fue que porque le resultó otro
dueño, un amigo de lo ajeno, ni nos la decomisó la policía por estar estorbando
el tránsito, allí eso no preocupaba, lo que pasó no fue ni remotamente trágico
pero hasta ahí llegamos.
Arranca uno por la primer cuadra con todas las ganas
y toda la energía, voltea por la primera esquina raudamente, recorre la segunda
cuadra sin perder ánimo y energía, voltea la segunda esquina decidido y firme, y
avanza uno como un rayo por esa tercera cuadra, sabe uno que tiene que volar más
que el tiempo, que se siente cómo vuela, y pone uno mucho cuidado cuando se
acerca a la tercera esquina, ya va paras la recta final. Allí el ángulo del
andén está cortado y hay un desagüe, con un pequeño borde encementado en la
calle, para que pase la bicicleta teníamos dicho en nuestra escuelita, y la
calle por la que uno venía sigue sin pavimento, pero uno no piensa en eso, uno
va a tomar la cuarta calle, la final, la del campeonato pero ¡pum!, ¿qué se
encuentra uno, qué pasó que no pude terminar mi turno en la carrera, mi
posibilidad de campeonato?: pasó que un campero, que había parqueado en la
acera contraria a la vía por donde yo iba y casi en la esquina, en esa calle
final a la que llegaba, arrancó en ese momento sin darme tiempo a esquivarlo. Afortunadamente
no llevaba mucha velocidad, tomó hacia el borde pavimentado de la calle y allí
nos topamos de frente, con toda la fuerza de los dos sumada; cuando ví el
carro, en una fracción de segundo mínima, sintiéndome casi campeón, me tiré al suelo preocupado por mis piernas,
pero no pasó más que me tiré la bicicleta, no hubo más bicicleta porque la
llanta delantera quedó completamente apachurrada, bueno, casi, es que uno la
recuerda así. Lo cierto fue que, aunque no me la cobraron nos quedamos sin bicicleta,
sin campeonato ni la fiesta que hacíamos, pero la vida siguió lo mismo y yo
estoy aquí recordando cómo fue que aprendí a montar en bicicleta, mi primer
campeonato y cómo me salvé de quedar inválido, claro que esto último, a decir
verdad, puede ser exageración pero le queda a uno una sensación de peligro,
aventura y satisfacción por mis muy buenos reflejos para salir adelante, mejor
dicho, si no fuera por estar atento y por los reflejos que tuve en ese momento estaría
contando otra cosa.
No podía esperar por siempre algo que nunca llegaría,
aunque lo prometían una y otra vez para cuentiarme, algún día tenía que irme de
la que fue mi casa, el hogar de mis padres, no a una aventura sino a buscar lo
mío ya que en el pueblito, por motivos de relaciones con los caciques y
gamonales, no tenía nada ni lo tendría, tomando camino con cuidado llegaría a
algún lado y me establecería, tendría mi hogar y sería feliz. ¿Será que el
camino era solo búsqueda, será que si quiero la felicidad debo buscarla
buscando la luz en mí?, vale la pena preguntarse estas cosas, antes de ir por
ahí andando tras mi estrella, para al final descubrir que no tengo que ir a
ninguna parte para encontrarla, ella está en mí con su fuego y su luz. Y así,
andando tranquilo y confiado, andando por diversas ciudades, llegué a aquel
pueblo nacido en las arenas de un desierto, con nombre indígena de maizales,
llegué buscando un conocido que había hecho una noche en La Arenosa, charlando
y tomando cerveza, en medio de la celebración del Año Nuevo, me había prometido
oportunidades laborales; puede ser cosa de tragos y a esas promesas no hay que
ponerles mucho cuidado, pensaba uno, puede ser que tarde o temprano, con toda
la gente que iba conociendo, tenía que encontrar a alguien así, que pensaba
como uno en preparar viajes a países lejanos, al techo del mundo quería yo y al
país de los iluminados, aunque no fue necesario pues en mí está la luz, así
como descubrí y comprendí después.
Llegué temprano en la noche al pueblo del maizal, no
muy cansado pues aún era joven y tenía energía para rato, casi sin dinero pero
confiando en la aventura de la ocasión y realmente estuve de buenas al rato de
haber llegado; me puse a charlar y nos hicimos amigos, en la entrada de un
bailadero, con otro joven, oriundo de La Arenosa, dizque se había fugado de la
casa con algún dinero del papá y estaba aventuriando, sin dinero eso sí, por
cierto que en algún momento sacó un frasco de daprizal, lo tenía escondido en
el patio de un guajiro, y me ofreció pero ¡qué va!, a mí no me gusta eso. Y así
se nos fue la noche, charlando como viejos amigos, yo pensaría más bien que
colegas porque uno nunca sabe, a veces uno se confunde con esa amabilidad y
gentileza, tanta que incluso en la madrugada, antes de buscar al amigo mío,
fuimos al mercado a comprar yuca y cosas así, no recuerdo, para luego irnos
donde una señora amiga a que nos diera desayuno, eso hicimos y luego a buscar la
dirección del conocido que me había ofrecido oportunidad en el banco en que
trabajaba.
En el banco trabajé un corto tiempo, me tocó
encargarme de los extractos y ayudar a llevar las remesas, casi diarias, que se
enviaban al banco central de mi país, en la capital del departamento a la
orilla del mar; nunca lo olvidé ¡qué agradable ese mar barroso!, ¡qué agradable
conocer un poco de la capital!, aunque solo era entrar y salir, ¡qué agradable
ese dinerillo extra que me daban por tal trabajo!. Y los días se me iban de esa
manera, no más trabajando y por las noches tomar cerveza con mi amigo o irme a
leer en su casa, donde estaba alojado; hablábamos de recorrer mundo en barco,
estaba haciendo un curso de marina por correspondencia y yo empecé a
interesarme, seguramente así habría sido si no es porque se nos atravesó un
patán, más bien a mí porque fue a mí al que agredió y humilló, uno de esos que
le coge tirria a uno que porque uno es distinto, del interior y él costeño,
llavería con otro, ambos exmarineros, y que era el niño mimado del gerente, me
arrebató un extracto, tuvimos un altercado y hasta ahí llegué en el banco.
Ahora estaba en un pueblo desconocido, casi sin
dinero colgando de la brocha en la casa a donde había llegado, con los
proyectos de embarcarnos y recorrer mundo muy remotos, casi olvidados; así que
tenía que moverme rápido, hacer cualquier cosa que me diera algún dinero y, al
cabo de unos pocos días, encontré una oportunidad, no era del mismo tipo que en
el banco pero era un oficio muy bien visto: repartir cartas en bicicleta,
diariamente llegaban cartas por montones a ese pueblo que crecía velozmente por
su comercio, incluso había sido declarado zona franca y vitrina comercial del
país. Así que empezó un continuo ir y venir por las calles del pueblo ayudando
a que la gente se comunique, llevar sus mensajes era cosa muy grata, había
gente de diversas clases y se daban muchas situaciones, para mí que estaba
aprendiendo era agradable, pero antes de cualquier otra cosa yo iba y venía en
la bicicleta todo el día, desde temprano, con las palabras de la gente en mis
manos.
Alguna vez me pasó que una señora no sabía leer,
entonces me tocó hacerle el favor y agradecida me ofreció dinero pero no quise,
me insistió un poco y me convenció, como dice el dicho “la necesidad tiene cara
de perro”; en otra ocasión estaban unos cuantos amigos festejando no sé qué, me
recibieron muy amablemente y casi no me zafo, tenía que seguir con mi trabajo o
si no fuera por eso ahí me quedo un largo rato tomando ron. Todos los días
tenía que recorrer el sector comercial, atiborrado y bullicioso como puerto
libre de todos los mares, pero era muy común que tuviera que ir a los barrios,
alejados del centro y de calles enarenadas donde la bicicleta se hundía y me tocaba bajarme y hacer el recorrido a
pie, aunque a veces, por un poco de lluvia supongo y no sé por qué lo supongo,
pues en ese departamento siempre ha llovido muy poco, se formaban auténticas
piscinas en esos arenales y tocaba dar un rodeo, ir por el andén o andar con
cuidado entre los charcos.
Entonces la bicicleta era mi compañera diaria y
tocaba tratarla muy bien, así que tocó aprender algunos trucos para su arreglo
y cuidado: las llantas, la cadena, el sillín, el manubrio, el timbre, etc., la
teníamos que limpiar y engrasar, inflarle las llantas, amarrarle muy bien las alforjas
para cargar las cartas; afortunadamente la tratábamos bien manteniéndola a
punto y no era mucho lo que había que hacerle, pero había que estar atento a
los detalles para que no fuera a fallar y de pronto accidentarnos. Otra cosa
eran los amigos de lo ajeno o el nutrido tráfico por las calles del sector
comercial, la inmensa multitud llegada de muchas partes, en aquellos sitios, si
uno no era cuidadoso con la bicicleta podía perderla, con correo y todo, o ser atropellado
por algún vehículo. Se veían carros muy costosos, de contrabandistas y
extranjeros, se veían gentes con aire de haberse desayunado algún cristiano,
que si uno no estorbaba eran solo simpatía aunque no fueran comerciantes, así
como había también gente mirando siempre hacia otro lado, con ganas de comerse
cualquier cosa, lo primero que se atravesara, incluso la bicicleta; entonces
andaba uno por ahí como pisando huevos ajenos, como si lo fueran a coger a uno
haciendo algo y tuviera que explicarlo, con una sonrisa por supuesto, a no ser
que el recorrido fuera por los barrios y la arena de sus calles o los charcos
lo hicieran difícil.
En esos días me tocó hablar con todo el mundo, gente
de todas las clases y de todo tipo, aunque muchas veces fuera no más de paso y
solo unas pocas palabras, era como recibir aires, el movimiento de muchas
partes en forma de mercancías, gente e ideas, a veces sin entender qué me
decían; por ejemplo, en cierto caso en que recibíamos correspondencia para un comerciante
libanés y no sabíamos el apartado aéreo, me tocó ir a preguntarle, y por más
que hice el esfuerzo de que me entendiera, ni por señas ni mostrándole cartas,
logré saber qué decía o que me entendiera, se me fue el rato sin lograrlo y me
despidió con un billete, eso sí lo entendí bien. No me metí en problemas con
nadie tal vez por lo respetuoso y mi sentido del deber, se acostumbraron a
verme como un servidor, uno que si podía prestarles algún servicio lo haría
gustoso, la actitud era esa en un pueblo que en ese entonces, hoy es distinto,
no tenía ni siquiera policía y los soldados de la base cercana no salían a
nada. Yo los había tratado, a los militares, cuando trabajé en el banco y me tocaba llevar
remesas; eran la escolta que nos acompañaba, unos 8 soldados y 2 suboficiales por
lo regular, a veces 12 soldados y 3 suboficiales. Recuerdo uno que viajó a mi
lado en la camioneta, del interior del país como yo, y se iba en esos días de
vacaciones a su casa, por lo que había comprado un maletín grande para llevarlo
lleno de mercancía para la familia, de contrabando y baratísima, pero otras
ocasiones en que uno pudiera hablarles así en confianza no se daban, uno pasaba
en la bicicleta cerca de la base y los veía de lejos, encerrados, pero no más.
Les aclaro que, aunque nunca fui campeón en ningún
deporte, siempre me gustó hacer ejercicio, todos los deportes que pudiera, era
común en el pueblo que unos cuantos compañeros corriéramos varios kilómetros
hasta el río, nos refrescáramos y luego a nadar, eran buenas carreras esas, era
mucho el ejercicio y pruebas de agilidad que hacíamos en equipo, los llamábamos
campeonato de tal o tal nombre y cosas de esas. Recuerdo en especial un
ejercicio que llamábamos “el botellón”, y consistía en que todos los compañeros
hacían fila tomando distancia y nos agachábamos un poco, luego el de atrás
corría, ponía las manos en los hombros del que estaba adelante y se impulsaba
saltando por encima; pero a mí me gustaba que no se inclinaran, ni los más
altos, y saltaba sobre todos ellos sin un roce; incluso en mi casa hacía algo
parecido, que a alguno le parecía espeluznante: resulta que había una chambrana
separando un patio interno de un corredor, la chambrana desde el corredor era a
la altura de mi diafragma y desde el patio a la altura de la cabeza, pero yo,
desde el patio, cogía un poco de impulso, poquísimo, y saltaba de lado, nunca
me caí y siempre lo hacía. Todo esto que digo sobre el deporte lo digo por algo
que me pasó repartiendo cartas, y estas habilidades cultivadas durante tanto
tiempo fueron las que me salvaron la vida, en un instante inesperado de espanto,
sin tiempo para pensar en nada, solo actuar automáticamente por mi
supervivencia, actuar una vez haciendo de gran campeón como en otras ocasiones;
pero esta vez era distinto pues no estaba jugando a la orilla del río con mis
compañeros, era mientras repartía cartas en la bicicleta para ganarme la vida,
mientras pensaba en el sueño de llegar al techo del mundo o al país de los
iluminados, ¿para qué si este mundo mío y cercano estaba lleno de luz aunque no
hubiera caído en cuenta?.
Ya era conocido por muchos pues me habían visto en
todas partes, la gente no se preocupaba con mi presencia pues sabía mi
ocupación y talante, pero había que estar atento, cuando se dan esos encuentros
con gente de todas clases y procedencias, sin control ni autoridad a la vista,
en que casi todo depende de la inteligencia y fuerzas personales, cualquier
cosa puede pasar. Cierto sábado no tenía más que hacer que repartir el paquete
de cartas y quedaba libre, así que decidí seguir de largo dejando el almuerzo para después, para terminar
temprano y tener toda la tarde libre después de guardar la bicicleta. Iba por
un sector que nunca había recorrido, solo sabía que era peligroso, por la carretera
hacia el aeropuerto, a distancia prudencial detrás de un camión, casas a lado y
lado, mucha gente y, de pronto, como cuando aprendí a montar en bicicleta, ví
que venía hacia mí una camioneta en sentido contrario y a gran velocidad, tal
vez el chófer no creyó que detrás del camión iba alguien y me embistió de
frente; lo único que hice fue mirar la trompa, hacia el lado del conductor, e
impulsarme fuertemente y con cuidado, tal vez un poco descuidado con el espejo
retrovisor que me rozó tan veloz como iba la camioneta, y caí rodando de lado en
el pavimento; entonces me paré de inmediato y me senté al frente, en el andén, y
lo primero que ví fue la bicicleta hecha nada y el reguero de cartas, cuando ví
esto me levanté como un rayo a recoger las cartas. El tipo de la camioneta no
se voló, seguramente estaba más asustado que yo, paró mostrándose muy molesto
aunque no me insultó, y me llevó hasta la oficina del correo; allí, con
excepción de una compañera, una de las cajeras que recibía las cartas y
encomiendas, que se empeñó en afirmar que yo me mantenía caído de la bicicleta,
cosa que rechacé una y otra vez preocupado por mi empleo, suavemente y sin pelear porque llevaba las de perder, mis
compañeros me ayudaron y el gerente me mandó para el hospital, donde me tocó quedarme
24 horas en observación pero, a pesar de todo, de mi cuidado y buen manejo, me
quedé sin trabajo por culpa de una lengua más dañina que un conductor loco en
la carretera al aeropuerto.
Era el día final del año y quería celebrarlo a mi
modo, para mí era tal vez a lo pobre pero a lo grande, alguien me prestó una
bicicleta de carreras y a pedalear por la carretera hacia el puente sobre el
río Barragán, en el límite sur del departamento; estaba estrenando ropa
deportiva, hacía buen tiempo con un solazo como para mantener escondido a la
sombra, y nada por qué preocuparme, por la noche algo resultaría para celebrar
el Año Nuevo, aparte de la misa de gallo, así que a disfrutar del paseo sin
pensar en nada más.
No era ni lo fui nunca un gran ciclista así que iba
despacio, pensando en el límite sur del departamento con interés en alcanzarlo
y salir siquiera unos metros; pasé por “La Bella”, el caserío a donde tantas
bajé trotando, sin detenerme; pasé “La Ye” poniendo mucho cuidado en que no
fuera a venir un carro por la carretera de la capital; por “La Albania” pasé
pedaleando despacio, miraba hacia la piscina por ser la natación mi deporte
favorito, la gente descansando y seguramente preparándose para la celebración
del Año Nuevo; en Barcelona, donde terminé mi bachillerato, tampoco me detuve
ni entré al poblado, solo carretera me dije y completé allí 16 kilómetros;
bajando a “Río Verde” iba feliz, realmente lo recuerdo como si hubiera bajado volando,
era un jet como decían de “Cochise” bajando del alto de “La línea”; y después,
en esas rectas y con ese solazo empezó el calvario. Una recta tras otra, mire
adelante buscando la meta y nada, me decía que después de la siguiente curva, o
de la otra, que perseverara un poco, no recordaba la distancia que me faltaba
ni los sitios por los que iba pasando, hacía un buen tiempo en que a duras
penas iba hasta Barcelona, donde había estudiado terminando el bachillerato; lo
único fue que no lo lamenté, me gustaba el esfuerzo pero sentía que era mucho
para mí, si lograba los 40 kilómetros hasta el puente del río Barragán luego
tendría que regresar, ya cansado y coger la subida desde Río Verde hasta
Barcelona, que como ya conté estaba 16 kilómetros del pueblo; pero pensaba siempre
que tal vez me faltaba poco y perseveré lo más que pude pero me mamé cuando ya
estaba por llegar (meses después venía con un pariente desde Génova y ví que me
faltaba una sola recta, ¡uf!, si no me hubiera mamado), así que no pude más y
de regreso al pueblo. Después de “Río Verde” la ví negra, la felicidad tal vez
existía pero no estaba allí conmigo, hasta que no pude más y a viajar en el
carro de Fernando (unas veces a pie y otras andando) llevando la bicicleta de
la mano; poco después me recogió una volqueta cargada de arena que me llevó
hasta la entrada a Buenavista, viajé con la bicicleta encima de la arena y
desde allí llegué como pude al plan de Barcelona; ahora sí de nuevo el paseo
agradable y suave que tenía planeado para ese día, sin afanes ni
preocupaciones, diciéndome que algún día llegaría al pueblo.
Así iba yo, sin más preocupación que pedalear
tranquilamente al paso que pudiera ir, haciéndome bromas sobre los ciclistas
profesionales (“si así se ganan la vida” y me paraba un momento en los pedales)
miraba el bello paisaje y las fincas, algunas veces gente haciendo cualquier
cosa, las casas a orilla de carretera, el verde en todas sus tonalidades, ¡qué
bello día! y a pesar del cansancio me sentía feliz, y tuve la sorpresa más
inesperada poco antes de llegar a “La Ye”: una bonita joven, fresquecita,
recién bañada, esperándome disimuladamente, en su bicicleta, una de tipo
doméstica para mujer con canastilla adelante, me había visto bajar horas antes
y se había puesto las pilas para salirme al paso, estoy seguro que fue así y
nunca lo dudé. Nos saludamos y fuimos recorriendo un breve trecho, charlábamos,
hasta un desvío hacia alguna finca, un camino vecinal por el que nos adentramos
felizmente hablando; era una rolita simpática y amigable que me contó algunas
cosas: estaba en la finca de la abuela y unos tíos, si mal no recuerdo, pasando
vacaciones y esa noche había fiesta en su casa, a orilla de carretera, por
delante de la cual había pasado antes de encontrarme con ella “¿quisiera ir a
la fiesta?”, me invitaba y yo pensaba que tenía que pensar en el transporte
para el pueblo, la misa de gallo a medianoche era lo más importante para mí;
así que calculé que unas horas antes de medianoche podría subir hasta “La Ye” a
esperar que pasara un carro o bus, y entonces acepté la invitación, quedé en
bajar a las 8 de la noche como en efecto sucedió.
Acompañé a la joven hasta su casa y me despedí
prometiéndole asistir puntualmente a la fiesta por la noche; el resto del
camino, unos 10 kilómetros, fueron no solo de cansancio si no de alegre
pedaleo, poco a poco pero sin dudas ni vacilación, como alguien a quien nada
puede detener en su avanzar hacia mundos desconocidos, con la ilusión de
encontrar un tesoro, el más valioso que pueda haber, sin importar las aventuras
que corriera, el del amor.
Por esas cosas de la vida que sería muy largo de
contar, me alejé del hogar paterno hace muchos años, la familia, aunque algunos
no lo parecieran a pesar de tener los mismos apellidos, se quedó en el pueblo
resolviendo sus asuntos como mejor le pareciera, mi papá y mi mamá estarían
bien y lo demás no me importaba. Así pasaron algunos años y algún día llegó la
hora del regreso, pero no fue como quién quiere recuperar el tiempo perdido, ni
como quién busca una huella de lo vivido en otros tiempos; yo digo que así
tenía que ser porque uno aunque sea de otro mundo, con otros sueños e
intereses, tiene unas raíces y a veces la ilusión que hubo al comienzo se
recupera, aunque sea temporalmente y en parte. Tal vez por eso no nos vimos
como unos extraños, solo alejados, a pesar que habían cambiado muchas cosas;
los sobrinos ya no eran unos niños, eran adolescentes, algunos casi adultos que
querían recibir al tío demostrándole respeto y cariño, un cariño que yo sentía
casi convencional por las diferencias existenciales y culturales que habíamos
establecido, entre todos; al fin y al cabo ellos en su mundo y yo en el mío
quedábamos mejor, para no estar molestándonos y haciéndonos la guerra, y creo
que las cosas son así para siempre, por la influencia de los caciques y
gamonales del pueblo.
Estando en la casa de mi madre, mi padre había
muerto hacia varios años, observé en el cuarto de san Alejo unas bicicletas
colgadas de una pared, eran unas todoterreno de esas que uno dice poderosas, y
me entusiasmé con la idea de salir a dar una vuelta y hacer ejercicio, cosa que
hice un domingo con uno de los sobrinos. Nos fuimos por una carretera nueva, yo
no la conocía, aunque la había oído mencionar entre los planes departamentales antes
de mi partida; hacia el noroeste del pueblo había unos caminos, por los que yo
solía correr rumbo al río, y fue en esta dirección que hicieron la carretera,
dejando solo tramos cortos de los caminos con el nuevo trazado, que comunicaba
al pueblo con la capital del departamento.
Una carretera muy bonita y bien hecha, suave el
asfalto para circular con las bicicletas en agradable paseo, sin una sola
grieta o roto que dificultara el pedaleo, y con un trazado que complacería a
cualquiera; tenía todo tipo de terreno para todo tipo de esfuerzo, tanto
trayectos planos, como subidas y bajadas, no tan larga como para no poder hacer
el recorrido, ni tan corta como para no tener que sudar si queríamos recorrerla
toda.
Yo miraba mucho los cafetales al borde de la
carretera, buscando algo que llevaba en mis recuerdos como algo inolvidable y
que nos servía en un momento de deporte como ese; recordaba cómo corríamos en
mi juventud hasta el río, deteniéndonos no más un momento a coger unas cuantas
naranjas y seguir corriendo, esta vez en bicicleta así tenía que ser también,
así lo tenía pensado y decidido aunque tocara bajarnos de las bicicletas y
meternos a un cafetal de esos. Pero no encontraba un naranjo a la vista, aunque
no fuera al borde de la carretera, y seguíamos el recorrido, yo sin decir nada
y el sobrino sin saberlo, así hasta llegar a la capital, a la avenida nueva
metiéndonos en ella, pensábamos pasar un tramo después del batallón y regresar
al pueblo.
Apenas empezando la avenida, por el lado en que
íbamos había un pequeño barranco y allí encontré el tesoro que buscaba, un
arbolito pequeño con unas cuantas naranjas, no estaban completamente maduras,
eran de un amarillo pálido y un tris verdosas, pero eran suficientes para mi
felicidad; de inmediato le conté al sobrino lo que venía pensando y nos
detuvimos, yo mismo me trepé al barranco y con un palo que encontré tumbé unas
cuantas, supuse que estarían superácidas pero eso era lo de menos, teníamos que
hidratar y para ese fin estaban perfectas, así que nos fuimos por la avenida
con ellas muy contentos del momento. Recorrimos unos cuantos kilómetros de
avenida hacia el sur, y en un retorno más allá del batallón nos detuvimos a
descansar un momento, teníamos que hacer honor a nuestro tesoro sentándonos al
borde de la avenida; si un momento antes no hubieran existido uñas me las
habría inventado para partir las naranjas, y pasó algo inesperado, las naranjas
tenían muy buen líquido pero no eran ácidas como sospechaba, eran naranjas limas
para nuestra satisfacción y gusto, aunque algo simplonas por no estar en su
sazón.
Después de este evento afortunado, a mí me lo
pareció pero el sobrino no manifestó mayor interés, me siguió pero no más,
reiniciamos la marcha, volvimos a pasar por el batallón y luego, al frente del
SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje), había una pequeña enramada donde
vendían refrescos de avena; otra parada, otro agradable refrigerio, aunque yo
no lo hice no recuerdo si el sobrino comió algo, una empanada tal vez; terminamos
la avenida y salimos a la carretera, mera bajada hasta el río donde, al pasar nosotros
por el puente, yo miraba hacia el agua y se me salieron los recuerdos,
queriendo llenar las cantimploras con un agua que, aunque algo sospechosa por
el color algo barroso, nos podía refrescar, así fue como como le dije al
sobrino y nos metimos por unos matorrales bajos, hasta la orilla, aunque las
bicicletas las dejamos a mitad del camino entre la carretera y el río. Después
de esto, estoy seguro que iba muy relajado muscularmente y nos metimos de lleno
a la cuesta que teníamos en frente, unos cuantos kilómetros que nos comimos
poco a poco, como comiendo limas o tomando avena, hasta el puente peatonal
sobre la carretera, puente que va desde la escuela infantil hasta el comienzo
de un tramo del viejo camino vecinal; de allí en adelante nos quedaron algunos
kilómetros de un suave pedaleo por terreno plano, un sector muy bonito que se
está cuidando para el turismo, y al final un descenso pasando por otro tramo
del viejo camino vecinal, para pasar luego por un lado de la cancha de fútbol
del que fue mi colegio; me dijo el sobrino que a la cancha le dicen “El
peladero”, al frente del cual estaba el viejo “Bataclán” en ruinas, solo los
cimientos de la tienda y casa que fue de mis bisabuelos, colonos y unos de los
primeros pobladores del pueblo, incluso a 3 de sus hijos se les recuerda como
constructores de algunas de sus primeras casas. Y llegamos a la casa de mi
mamá, mi hermana a su sombra, muy satisfechos del esfuerzo y buscando el
almuerzo, colgamos las bicicletas y a almorzar mirándonos sin decir nadie lo
que guardaba en sí, mucho menos mi mamá y yo que éramos los que menos queríamos
un problema, es que no era todo el colgar unas bicicletas y sentarnos a
almorzar, había que ser muy cuidadoso y aguantador.
Y eso fue todo con esas bicicletas de la pared, de
ahí en adelante, en el resto de esas vacaciones visitando a mi mamá en Navidad,
y en las siguientes vacaciones hasta que murió la viejita linda, mejor no hice
mucho esfuerzo para que me prestaran una bicicleta, es que se podían molestar
por algo tan simple y era mejor evitar problemas por mi mamá, que no se fuera a
preocupar o entristecer; solo una vez intenté que me prestaran una pero dizque
no se podía y, aunque no recuerdo cuál motivo arguyeron, estoy seguro que fue
algún disparate, tal vez una estupidez de esas que ponen a pensar que la gente
a veces se complica por nada, si me podían decir que no y no hubiera importado,
pero así son las cosas a veces y es mejor olvidarlo, aunque por el camino los
olvide también, menos a mi mamá.
Aquí me quedo con todos mis pesares, ir y venir al
trabajo, ver televisión o una película con el DVD, rezar antes de acostarme a
dormir y dormir, no hubo nunca cómo convencerme que regresara y morara para
siempre en el hogar de la mentira, no acepto las oferticas que me hacen para
que los alegre, y sufrirán por siempre aunque no es mi voluntad; aquí en medio
del smog, del ruido y la inseguridad encuentro más de lo que quiero, que no
todo es dinero para ser feliz y el pesar por algo que no será nunca se tiene
que ir, los pesares eran por haber querido, por atreverme a soñar y por tener
las manos vacías a pesar de mi intento.
Ese paisaje, esos campos, las quebradas y los ríos
serán por siempre algo que quise pero que dejé atrás, allá tomaría cualquier
día mi bicicleta, metería en mis alforjas pan, queso y vino, mi portátil y mi
ipod, y me iría por los caminos que tan feliz me hicieron, en algún momento me
cogería un aguacero recorriendo el campo, me escamparía en cualquier sitio y
reiría contándolo, pero no sería feliz con una mentira con que me dicen
perdonar lo que no lamento, con unos amigos o amores que no lo son, nunca más
lo serán, con un dinero que se consigue en cualquier parte, con todas las cosas
innecesarias que exigen hacer para la paz, porque no es posible y se fregaron
alimentando un monstruo.
Hoy abro mi portátil, hago lo que tenga que hacer y
pienso en bicicletas, las miro en “Mercado libre” y sueño, pero no me animo a
comprarme una, hay algunas muy buenas y baratas, y no sé si algún día lo haga,
pero sueño con irme por muchas partes seguras y tranquilas, o tal vez un
domingo por casi cualquier parte, con mi buen casco, chaleco reflectivo, luces
y alarma para no preocuparme si me coge la noche y quiero llegar en bicicleta;
iría a muchas partes, me sentaría en algún parque a leer, incluso saldría al
campo como quien va a una gran fiesta, sería casi feliz pero, lo repito, no me
animo, ¿tal vez falta de iniciativa y espíritu aventurero?, ¿tal vez será que
la vida sedentaria me tiene encadenado?, o ¿tal vez falta de imaginación para
buscar un campito en mi actividad, transformarla, reconstruirla con lo que
tengo y renacer entre el concreto, el ruido y la contaminación?, supongo que
necesito algún choque, alguna puerta no cruzada, tal vez la crisis y los
cambios personales, pero ¿y el tiempo que necesito para resolver mis asuntos,
dónde lo encuentro?.
Yo sé que no lo quisieron así, que según mi voluntad
decida y construya mi mundo, no les gustó a pesar de ser asunto mío y estar muy
bien lo que hacía, y me tiene sin cuidado, pero van a recordar por siempre, en
medio del llanto, levitando de la ira, temblando de miedo por mi ausencia, van
a recordar unas bicicletas colgando de la pared, sin nadie quién las use y
aproveche, como si fuera un pecado solo pensarlo y como si me hubieran ganado
una guerra que nunca tuve en cuenta, no era con ellos, era con sus jefes. Y
cuando al fin se decidan a dar la cara sin ofensas ni presiones, van a hacer el
gesto de recordar como si no entendieran mi rechazo, solo su desgracia, van a
decir que no entienden y que los hubiera hecho muy felices prestarme algún
servicio.
Los amigos que se acercan porque uno es bueno, sin
interés ofreciéndome la mano y su amistad, tienen que tener en cuenta que uno
es distinto a esos que me negaron incluso la misma felicidad, y que el problema
de las bicicletas aquí olvido para siempre, con esta breve nota. Eso se supo
como un intento mío de recorrer el pueblo de mi juventud, tan olvidado a pesar
que uno nunca olvidó la dulzura que recogí cuando niño en la familia, y si
olvidan yo no olvido cómo se me protestó y atacó, dizque por abusivo, dizque
ellos estaban tranquilos y yo me aparecía en su casa a estorbar y poner
problema por todo, además de las bicicletas que no las tenían por qué prestar.
Ahora bien, ellos necesitan de mí pero no soportan
que yo haya logrado algunas cosas grandes, les duele porque siempre se
conformaron con cualquier cosa, con un más o menos nauseabundo e hipotecado por
los caciques, entonces si yo, que estaba en casa de mi mamá, ella era la que
pagaba el arriendo y ponía casi todo el mercado, con algunas pocas cositas
exclusivas para mí, si ese ser tan correcto que nunca se metió a sus aposentos
a nada (tal vez hubo una vez con permisos y aclaraciones de sobra, ahora
recuerdo, para ver una final de fútbol porque mi mamá estaba viendo telenovelas
y nadie tenía ocupado el televisor de ellos), si ese ser tan correcto, gentil y
amable que he sido siempre los estaba estorbando pues sería por algo, que se
sabe y repite, nauseabundo, aparte que yo sí tuve el coraje de rebelarme contra
los caciques, por honradez y espíritu democrático y patriótico, para lograr lo
que he logrado y que no compartiremos, por más que sufran por ello y lo quieran
repartir.
Esto no lo digo por cualquier motivo o porque me
quiera desquitar, ni siquiera porque me estén ofendiendo, sino porque es mejor
dejarlo claro para que si alguno me sale con que no sabía lo siguiente, se sepa
que es por algo, por complicidades
criminales, y no lo repetiré nunca más: yo jamás intenté coger esas
bicicletas sin permiso, ni estuve en trámites con la policía por haberlas usado
abusivamente, ni me perdonaron nada y lo estoy debiendo, lo saben todos, así
que mejor no me vengan con cuentos ni con bicicletas de regalo.
Lo lamento pero yo no creé su problema, o el de los
conectados socialmente, relacionados que no saben cómo zafarse de la loca esa y
su familia. Hay un detalle que deberían recordar: el pueblo entero se enteró y
no perdona, se quedarán callados, porque tal vez sea mejor para evitar un
problemita de esos, pero les duele que el gran personaje no haya podido dejarse
ver en todas partes, recorrer sus calles y charlar de vez en cuando con ellos,
solo los que podían verme en el centro o cerca de la casa de mi mamá, la que
ella sola sostenía; los otros en esa casa, que llamábamos “Las acacias”, como
en el pasillo colombiano, los otros que tengo en el olvido, si compraban un pan
eran capaces de esconderlo o miraban mal por comer un poco: no me metí nunca
con ellos, estaba donde mi mamá que así lo quería y me ayudaba económicamente
siempre que podía. A propósito, recuerdo que mi mamá y yo una vez estuvimos
viendo, en alguna de esas vacaciones, una película sobre Honorato de Balzac,
una biografía muy completa; él tenía sus problemas pero la mamá siempre lo
ayudó y apoyó, y mi mamá y yo viendo la película pensábamos lo mismo, sabíamos
que estábamos viendo no nuestra historia sino una muy parecida, y no dijimos
nunca nada porque no lo necesitamos.
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